Entre los cristianos también existen los prejuicios –
dirá usted, con razón. Le lleva un tiempo al Espirito Santo librarnos de manera definitiva de nuestros viejos vicios y pecados, por eso, aún después de convertidos, cuando despreciamos a cualquier persona, porque sintamos que de alguna manera no está a nuestra altura, estamos discriminándolo y por lo mismo, seguimos pecando contra nuestro Dios.
Tampoco entre los cristianos es este un fenómeno nuevo, ya en el siglo primero algunos judíos, muchos de ellos fariseos que se había convertido al cristianismo, dejándose llevar por sus perjuicios contra los no judíos, conocidos como gentiles, pusieron en peligro los principios no discriminatorios de nuestra doctrina. ¿Cómo enfrentó la iglesia esta situación? En Hechos 15:1-5, Lucas explica cómo, reunidos los apóstoles y los ancianos, el apóstol Pedro le habló a la congregación sobre este importante tema. Teniendo en cuenta lo difícil que resulta luchar contra los prejuicios, no tengo dudas que debió ser una labor dura la que cumplieron aquellos hermanos, pero el hecho de que al cabo, “las iglesias [fueran] confirmadas en fe, y [que fueran] aumentadas en número cada día” [Hch 16.5], da la medida de que la forma paciente con que fue tratado el problema, a la larga, rindió los frutos esperados.
¿Cómo, pues, hemos de enfrentarnos al problema en nuestros días? Ante todo, debemos mantener la calma. No tratar de devolver mal por mal, pues al final, tal como nos enseñó Cristo, ese camino nunca conduce al bien. Sobrellevémonos los unos a los otros, así como también el Señor nos sobrelleva, para gloria de Dios. [Ro 15.7] Y preguntémonos siempre, cómo nos gustaría que nos trataran, para de esa manera tratar a los demás, pues, tal como dijo: todas las cosas que queramos que los hombres nos hagan, también nosotros, de igual manera, tenemos que hacérselas a ellos [Mt 7.12]
Por último, cuando la vida nos agobie, y estemos a punto de perder toda esperanza, recordemos al salmista que dijo: “Aunque mi padre y mi madre me dejaran, Jehová con todo me recogerá”. [Sal 27.10-33] Porque hoy, como lo fue siempre, la confianza en Dios es la clave en la lucha contra los perjuicios y Cristo Jesús, el único camino para llegar a Él [Jn 14.6].
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