jueves, 20 de septiembre de 2012

POR TU MADRE, POR TU PADRE, Y POR LOS MIOS.


Si algo indignó a Jesucristo fue ver a los religiosos de su época inventarse mandamientos aparentemente piadosos para incumplir los establecidos por Dios.

Un refrán popular dice: “Tan pronto aparece la ley, aparece la trampita para evadirla”.

La ley de Moisés exigía al hombre y a la mujer honrar a padre y madre, para así recibir como recompensa del Señor prosperidad y abundancia de vida.

Sin embargo, los judíos habían dado vuelta al mandato creando otro mandamiento vestido de religiosidad, pero que en el fondo era sólo una excusa para no hacer la voluntad de Dios.

Esa trampita que se enseñaba tradicionalmente decía:

“Es verdad que tú deber de hijo es respetar a tus padres y velar por sus necesidades, pero si tienes dinero o bienes y decides declararlos Corbán, que quiere decir consagrados a Dios, entonces ya no puedes disponer de tales recursos para ayudar a tus progenitores, aunque desees hacerlo, puesto que fueron dedicados al Señor.”

¿Y cómo reaccionó Jesús ante esas prácticas? Mirando a los doctores en teología, a los maestros de la ley y a los ministros ilustres de Dios y diciéndoles:

“Hipócritas, ustedes invalidan el mandamiento de Dios enseñando mandamientos de hombres. Ustedes no quieren obedecer a Dios, lo que quieren es hacer lo que se les antoja, y por ello se inventan formulas religiosas para aparentar que son piadosos y quedar bien ante sus conciencias y la sociedad. Ustedes adoran a Dios pero de labios, no en sus corazones. Los mandamientos de Dios les importan un pepino. Ustedes son unos falsos”.

Imagina la situación de tantos hombres y mujeres que dedicaron sus vidas a sacar adelante a unos hijos dándoles comida, vivienda, ropa, educación, tiempo, amor y consejo.

Y un día cualquiera, esos hijos agarraron su maletica y se fueron de la casa olvidándose de papá y mamá.

Y sobre todo en esa época en que no existían ni jubilación, ni pensiones, ni casas de retiro, ni servicios especializados para la tercera edad.

Era un tiempo en que un hombre y una mujer podían morirse de viejos encerrados en sus casas padeciendo hambre, desharrapados y sin que nadie les tendiera la mano.

Y aunque tuvieran hijos y nietos muy adinerados, éstos no les ayudaban simplemente porque la tradición les eximía de esas obligaciones.

¿Ha cambiado el mandamiento de Dios? Para nada. Dios sigue deseando que los cristianos sean personas que se ocupen de las necesidades de sus padres y estén pendientes de ellos.

No importa que la sociedad nos inculque que es suficiente con que en el día del padre o la madre les llevemos un regalito, les demos una serenata, los reventemos de comida y lloremos y brindemos por ellos.

Aunque el resto del año los abandonemos en una vieja casa a donde ni los ratones van.

Honrar a padre y madre no es sólo decirlo, es respetarles, amarles, proveerles, visitarles, pasearlos y orar con ellos.

Dios desea que recompensemos a nuestros padres; y aún que les perdonemos cualquier mal proceder. En breve, nosotros también seremos padres viejos.


Tomado de:
“Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios

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